Al cabo de tres meses sigo sin poder volver al trabajo, ya que me caigo cuando salgo. Una mañana, a las 4, me desperté porque había recibido dos palmadas en el muslo y una voz me decía: «Levántate! ¡Vete a Lourdes!» Yo no conocía nada de Lourdes. Una vez, colocando cosas con mi director, me propuso que eligiera un libro. Yo no sé leer. Elijo uno porque me atrae la cubierta. Después pregunto a mi hija y… ¡es la historia de Bernardita Soubirous! Me encuentro frente a esa invitación misteriosa. Una de mis amigas va a menudo a Lourdes. Le pido que me acompañe. La Providencia nos procura el dinero para el viaje y la estancia. En el tren que nos lleva a Lourdes siento que me envuelve una presencia tranquilizadora. Frente a la Gruta pregunto a mi amiga: «¿Qué hago? No sé rezar». Ella se enfada: «Me has despertado a las 6 de la mañana para venir a Lourdes. Ya estás, ya encontrarás algo que decir a María. Habla en tu dialecto. ¡Háblala como a una persona!» Me empiezan a llegar las palabras: «No sé lo que me ha hecho venir aquí. Me pongo en tus manos». Después nos vamos a las piscinas. Estoy temblorosa. Las hospitalarias rezan por mí. Nada más entrar en el agua desaparecen todas mis cargas. De vuelta a la región parisina, puedo volver al trabajo. He vuelto a Lourdes con mi familia los años siguientes para dar las gracias. Es donde vivo desde que me jubilé. Recibí el bautismo rodeada por toda mi familia. Estoy comprometida en el Movimiento Sacerdotal Mariano. Aprendo a leer con… El Diario de las gracias. ¡Gracias Lourdes!
Sali (Francia)